Imago desidis

 Esta es ya mi cuarta noche aquí.

Hacía cuatro días que había aprendido a contar y se lo estaba tomando muy en serio. Primero el cero, el óvalo, el origen. Luego va el uno y después del uno el dos. Contó hasta el infinito, hasta el futuro más remoto. Al día siguiente se levantó sin haber dormido nada y, sin probar bocado, se puso a trabajar en su obra.


Ojalá, se dijo. Ojalá el peso de un bolsillo lleno de trigo. Ojalá un temblor de miedo, un escalofrío de estornudo. Un estornudo. Un orgasmo. Una tripa vacía, un hambre, un hueco, un recoveco, un diminutivo. Una sombra, la silueta de una sombra. Ojalá una cadera, una curva, una tela apretada. Una herida en la piel, una piel. Cualquiera. Una boca cerrada y la verborrea fruncida, besada, acotada. Una lagrimita de muerte. Una muerte. Un fin. 

La noche del quinto día Dios se contó un cuento para dormir.

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