Un otro jardín de las delicias

CUADRO I 

La verdad es que no recuerdo el cielo ni quién se llegó quién. Si yo me colé o él me invitó a su casa aquella tarde pero, créanme, es lo de menos (un mero instrumento retórico para introducir mi caso). Lo de más es el apartamento, grande como un año, estrecho como el hambre. Marc Poma apenas se guardaba espacio para las ocupaciones de la supervivencia básica; allí, alimentarse, desalimentarse o tender la colada requerían ora una flexibilidad circense, ora una destreza quirúrgica de los ademanes. Esto, para Marc, no suponía problema alguno porque era un tipo curioso. Su interés ontológico le había malogrado una vida penosa a la cual se asía como yo a mis clásicos, de manera instintiva y originaria. 

Marc había dejado crecer una plaga doméstica como quien riega una buganvilla salvaje. Cuidaba de sus criaturas con una mezcla de miedo y arrojo, como yo creo que debe hacerse, procurándoles al tiempo respeto y escepticismo. Eran omnipresentes, casi indescriptibles. Algunos macizos; otros impolutos. Colgando de la lámpara o de posavasos. Estaban diseminados y acurrucados, desenvueltos y obstinados; pero también, malheridos, rotos o escondidos. Los había de una sobriedad cristalina y otros enmarañados en florituras. Solo había, quizá, un atributo que a todos conciliaba. Eran copias de otra cosa. 

 — Osea que todo es falso— le dije cuando me explicó la esencia de su prole. 
 —No me gusta decirlo así, no suelo…—dijo dudando pero sin alterarse ni apocoparse—. Alternativas. Creo que esa es una buena palabra. 
 — En cualquier caso ¿te parece lícito? 
— Si no me pareciera legítimo —hizo énfasis aquí pero no sé si para corregirme o para reafirmarse—, no lo haría. Cuidando de mis “alternativas” no hago daño a nadie. 
 — Y entonces, ¿a qué viene el recelo?— una parte poco piadosa de mí esperaba desarmarle— ¿por qué las escondes? 

Bajó la cabeza y entendí que mis dardos habían impactado más abajo y profundo de lo que yo anticipaba. Empezó a sudar exageradamente. Agarró la camiseta en un nudo a la altura del pecho para abanicarse el calor y las heridas. Resurgió en una insolente (al menos para mí) carcajada. Más templado, pudo responderme. 

 —No corren buenos tiempos para las alternativas, sobre todo para las más... las más irreales. Resultan irreverentes. Si no te das cuenta de eso el que vive encerrado eres tú. 


CUADRO II 

 En otro entonces Marc hubiera ardido por hereje. No sé cuan oscuro era en nuestra calle aquel día pero supongo que lo suficiente para no llevar el tema más allá. Pasamos el resto de la tarde examinando algunos de los especímenes más insólitos que Marc mantenía. Nos detuvimos especialmente en un Poeta en Nueva York traducido del español al catalán y del surrealismo al manierismo. Discutimos largo rato sobre la relevancia de un códice medieval glosado por un hebreo que presumía hablar en nombre de la flora del Sáhara. También buscamos algunas voces en lo que Marc llamaba “el diccionario más actualizado del mundo” cuyas definiciones, inmarcesibles, tenían validez eterna. La guinda final fue un pasquino italiano en el que se habían transcrito, uno por uno, los versículos de La Biblia alterando, únicamente, un elemento de la ecuación, el clave. La autoría de esta Biblia irreal se la había adjudicado una tal dama de una remota estirpe que respondía al nombre de Lili. A pesar del riguroso respeto al anonimato que imponía el género del pasquín, estaba claro que esa tal Lili había reescrito La Biblia. Marc se regocijaba de tal alumbramiento. 

 —Y entonces—carraspeó no más de cuatro veces—. In principio —leía con un acento más de garito de tango que de toscano— Lili creò il cielo e la terra. La terra era informe e deserta e le tenebre ricoprivano l’abisso e lo spirito di Lili aleggiava sulle acque. 


CUADRO III 

 El día que se llevaron a Marc hacía un calor excesivo, opresor. Nadie le dio explicaciones de la súbita caducidad de la primavera, de la puerta forzada y la salida forzosa. Ni una sola palabra entonces. Ni una sola palabra más. Se lo llevaron y se lo callaron. Hay quien dice que ese día hizo más calor que nunca porque al incendiar la biblioteca de Marc se estaba quemando también una parte de la realidad. Yo, un poco más pesimista, si cabe, estimé un diagnóstico más terrible. Si se estaba matando a las alternativas era porque a lo mejor tenían más de verdad que de simulacro. 

 El día que hizo más calor que nunca yo me aferré, como quien se cuelga de una esperanza, a dos ejemplares que tiempo atrás me había regalado Marc y que ahora recogía en mis manos como la piedad al mesías. Uno de ellos era el diccionario más actualizado del mundo. Lo abrí. Busqué la palabra verdad. La encontré llorando. 

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